Menos mal que existen los que no votan y se organizan

Octubre
23
2020

Estamos a pocos días del Plebiscito y no cabe duda el resultado, que a mediano plazo va culminar con una Nueva Constitución, con maquillajes en la redacción, argumentado con oportunas consignas, que bien sabe el pueblo en su fuero interno, no vendrán a traer la dignidad tan manoseada este último año. La sabiduría que nace y se refuerza desde la experiencia del pueblo, es que las cosas seguirán igual. Los ricos y poderosos, junto a toda la clase política que administra este sistema desde el Congreso y las instituciones del Estado, seguirán siendo los privilegiados; y al otro extremo, los pobladores, los trabajadores, los pobres de Chile, tendrán que seguir sobreviviendo con mucho esfuerzo, con su trabajo, explotados por esa casta de privilegiados.

Toda esa sinfonía de promesas de un cambio para Chile, donde parece que lo único válido es sumarse como ovejas a su show electoral, no es más que un intento de encasillar al pueblo en esa participación pasiva, para contenerlo, para que no proteste, para que no amenace a los privilegiados, para que no intente realizar acciones en pos de soñar una sociedad diferente. Porque si ese sueño se hiciera política, se hiciera organización, se hiciera proyecto, no cabe duda que pondría al pueblo en la calle luchando, demostrando su fuerza, decidido a conquistar el poder. Nadie con seriedad puede creer que el protagonismo del pueblo se traduce en marcar un voto, en un evento apropiadamente ordenado en filas de electores, en secreto y con su voz acallada por el silencio de una cabina.

Sin duda que existe una crisis política, generada por los mismos políticos de todo el arco iris actual, que se han ido turnando en los sillones de la institucionalidad estos último 30 años; pero también es cierto, que el pueblo debe recorrer caminos para fortalecer su fuerza, para que pueda ser un actor concreto y efectivo en medio de estas crisis. Mientras más demore superar la debilidad de la organización de la clase popular, más favorecerá a los que hoy dominan. Los dueños del poder económico, aliados con el amplio campo de políticos, sean los viejos conocidos o los jóvenes que se abrieron paso con un discurso tan falso como este proceso constituyente, prometiendo un cambio en la forma de hacer política, hacen el trabajo colaboracionista de administrar este modelo, y mantenerlo sin grandes cambios. Le harán un retoque a algunas frases e incorporarán otras a una Constitución, que no podrá ser más que una nueva representación de este sistema desigual.

Los derechos humanos, a la vida, a las necesidades básicas, ya han sido escritas en numerosas cartas fundamentales, sin embargo, son ignoradas a cada momento en la vida diaria de las personas y especialmente del pueblo trabajador. Reescribir sobre el “estado subsidiario” un “estado social de derecho”, no es más que un engaño, cuando ese nuevo texto se inscribe en un sistema de relaciones económicas y sociales que no tendrán ninguna variación, por tanto, los problemas y precariedades del pueblo y los trabajadores permanecerán. Si bien más temprano que tarde las marchas, las tomas, los paros y las protestas por demandas sociales volverán en algún momento, la maniobra vigente de los políticos desde derecha a izquierda, tiene por objeto frenar el estado de rebeldía que hierve en estos días, y enmudecer el grito y la lucha popular que se ha tomado las poblaciones. Que mejor que “su acuerdo para su paz” y toda la farsa orquestada en torno a la Nueva Constitución. Para estos días, que mejor recuerdo que la frase de Nicanor Parra donde “la derecha e izquierda unidas, jamás serán vencidas”.

Confiados en que los resultados le serán favorables, sea cual fuere el mecanismo, hoy nos convidan a su Plebiscito, donde el antagonismo no está entre el “apruebo y el rechazo”, sino en la contradicción entre un pueblo que clama por una verdadera dignidad; y al otro lado, la camada de poderosos y políticos acomodados, que ya los vemos más preocupados de quienes ocuparán las sillas de la Convención, de los cargos municipales, gobernaciones, hasta el presidencial, en las próximas contiendas electorales.

El pueblo no olvida, vaya o no vaya a votar. En su conciencia está su experiencia histórica, la de sus familias, la de sus ancestros. Por lo mismo es que argumentar que se está terminando la Constitución de Pinochet, es por lo menos un dato vacío. Bien sabemos del juicio histórico que le corresponde a la Dictadura, pero no fue el Dictador quien inventó la pobreza, y no fue la Constitución del 80 la que sumió al pueblo a sus condiciones de explotación. Son siglos de desigualdad, con este o con otro modelo experimentado en el marco del sistema Capitalista. Habrá siempre un académico intelectual al servicio del poder, que intentará convencernos con artilugios de lo trascendente de parir una Nueva Constitución en democracia, pero evadiendo que estamos en una democracia protegida para unos pocos. Esa realidad, como un elefante no cabe por el ojo de una aguja.

Los defensores del proceso que se iniciará este domingo, esconden el análisis de fondo. Así ha sido permanentemente en la historia, considerando la matriz dominante que la estructura política ha tenido en Chile. Hacer una comparación con el derrotero de salida pactada de la dictadura es prácticamente inevitable. Como ayer “la alegría ya viene”, y hoy “el apruebo para un Chile digno”, corre el mismo sendero, bajo el alero de lo que ellos llaman un nuevo pacto social. El proceso para una salida democrática a la dictadura, fraguado en los acuerdos de las fuerzas políticas de entonces, el régimen militar e inclusive de la mano de EEUU, fijaron un camino que situó como hito el plebiscito del Si y el No. Los fariseos de entonces nos mantuvieron con el discurso de la Transición, como si esta no se hubiera cerrado cuando acordaron los pasos del proceso. Hoy cerraron su plan con el Acuerdo de la Paz y la Nueva Constitución, fijaron el hito en este nada novedoso Plebiscito y nos mantendrán como ellos mismos lo han revelado un par de años, hasta que se firme y decrete el remozado texto.

En estos días se cumplió un año del estallido. Convenientemente ha dado para todos los gustos e interpretaciones. La única que se ha procurado obviar, es que ese 18 de octubre y las semanas que le siguieron, nunca fue causado por la demanda de una Nueva Constitución. El poderío del pueblo, capaz de tumbar el orden establecido, hacer temblar las instituciones políticas y policiales de un Estado al servicio de poderosos y sus empleados políticos, se ha querido invisibilizar relevando en el discurso la delincuencia, la anarquía, la acción de desadaptados y resentidos sociales. Facilismo oportunista, contraponiendo la imagen civilizada de una familia y sus hijos participando de una marcha por la Alameda, versus la barbarie del joven sin oportunidades ni futuro que levanta una barricada en una población, o la madre que golpea una olla en la puerta de su casa tras el círculo de Américo Vespucio, los cerros de Valparaíso, o en los límites de cualquier ciudad chilena. Pero la acción interesada de aquellos que, para conservar todo igual, levantan el discurso populista de que todo cambie, no se queda allí. Hacen suyo el estallido, lo vuelcan a su favor y lo convierten en la razón de su Plebiscito.

Por eso es que los pobladores, protagonistas reales del escenario del descontento, desde sus calles abandonadas de todos los derechos, no pueden albergar expectativas de este traje a la medida de los que sí tienen cabida en los medios de comunicación, de los empresarios poderosos, de los políticos que bien conocemos sea cualquiera su tienda política se cuelan a diario en nuestros hogares a través de la televisión.

Por eso los pobladores organizados, no pueden caer en la irresponsabilidad de inducir esperanzas en sus vecinos. La moral de los pobres debe tener la fortaleza de no caer en el engaño y denunciar el fraude. A no temer al dedo acusador, que señala al que opta consecuentemente por seguir su propia historia y conciencia, al no participar de este fraudulento proceso que se vende como la solución a todos los problemas de los pobres en Chile. Detrás de ese dedo acusador están los brazos de los intereses de una minoría, que parece mayoría porque se ha adueñado de todo el poder que le brindan las riquezas, a costa del trabajo del pueblo.

Con todo el dinero usurpado a los trabajadores y todo el poder a sus expensas, bien acompañados por sus delegados de la farándula televisiva, han querido instalar que quien no comulgue con su marcha alienada a las urnas, pertenece a una minoría que se deja llevar por una moralina y principismo anacrónico, automarginada de la amplia masa social y de la sociedad democrática. No se puede negar que la repetición del discurso cala en el pueblo hasta parecer verdad. Pero nada más embustero, cuando las organizaciones populares son las que trabajan y viven en contacto diario con el pueblo, llevando en sus hombros una postura y acción política de clase, rebelde y transformadora, muy al contrario de ese círculo del poder que ideológica y concretamente se ubica distanciado de la masa, que hoy como cada vez que lo necesitan, nos invitan a votar. Nada más embustero, que esconder que la sociedad chilena responde a una democracia restringida, cuyos beneficios sólo favorecen a una porción menor de la población. Nada peor que el embuste de pretender arrojar como opción del pasado la justa aspiración por la igualdad y la justicia, cuando el pueblo comienza a ser digno una vez que lucha con decisión y arremete con fuerza exigiendo sus demandas y protagonismo directo en la construcción de la vida de todos.

Los trabajadores y pobladores, no podemos contagiarnos de esa falsa discusión entre el apruebo y el rechazo, incluso de si ir a votar o no, confrontándonos entre nosotros a partir de esa superchería montada por el sistema político. Eso quieren y nos empujan los que apurados convocan para el 25 de Octubre, para mellar nuestra convicción y nuestra unidad como pueblo. Seremos nosotros, el pueblo, esa masa mayoritaria de chilenos que desde el lunes 26 volveremos a estar en nuestras casas y en nuestros trabajos, con los mismos vecinos y compañeros, con los mismos problemas, a los cuales hemos debido dar muestra de apoyo y solidaridad en los momentos de angustia, como lo fue en esta pandemia.

Por esa convicción, esa moral y esa responsabilidad con nuestra gente, es que adherimos al “Yo no Voto, Me Organizo”; porque expresa un ejercicio real tras esa frase y no una simple consigna propagandística. Menos mal que existen, los que sin temor se han identificado y planteado en la campaña del “Yo no Voto, Me Organizo”. Menos mal que existen aquellos que con humildad pero firmeza, no se han amilanado por la chilladera de los desesperados, ante una opción política válida que no le hace el juego al fraude, una opción activa en quienes hemos visto: jóvenes, profesionales, estudiantes, profesores, trabajadores, que han desplegado en las calles y en las redes sociales una alternativa propia, legitimada en la fuerza de la historia y en el orgullo de las luchas populares; y con quienes nos hemos encontrado en este camino de organizarse, no sólo para la crisis sanitaria, sino de años de trabajo de cara y con el pueblo, convencidos que el futuro de Chile y de los pueblos, sólo es posible con un Estado, un gobierno e instituciones populares, donde el protagonismo no quede reducido a una raya en un papel y la participación política no se endose a unos pocos aparecidos, supuestamente más idóneos y letrados, supuestamente más comprometidos con el pueblo.