Desde mucho antes de la llegada del coronavirus, los pobladores llevamos décadas lidiando con empleos tremendamente precarizados, conviviendo día a día con la angustia de la deuda y la cesantía, con nuestras familias viviendo en condiciones de hacinamiento extremo, en viviendas donde el frio y la lluvia se cuelan mucho más rápido que el virus. Todas estas condiciones se han visto agravadas con esta crisis sanitaria, que ha sido aprovechada por el gran empresariado como la excusa perfecta para reducir aún más nuestros ingresos, golpeando nuestros hogares e instalando el hambre como una carga más sobre los pobladores, como una carga más que pesa sobre los trabajadores de Chile, como un dolor más que pena sobre quienes producimos la riqueza del país.